Sin embargo, el maia encapuchado no llegó muy lejos al percibir que alguien se aproximaba. Por primera vez en muchas horas, Curukambë descendió del árbol en el que vigilaba al norte de la aldea.
- Se acerca un jinete - susurró el elfo.
Prestos se encaminaron hacia la parte norte del Camino del Este, mas no tuvieron que avanzar mucho desde la cerca cuando el rítmico galopar de un caballo empezó a escucharse. Pronto apareció una figura en el día moribundo.
Ambos individuos se quedaron esperando la llegada del desconocido, mas éste, aún refrenando la carrera del corcel, pasó de largo, adentrándose en la aldea. No obstante, al poco la montura se detuvo, el extraño descendió y, tomando las riendas, se acercó al elfo y al maia que ya se le aproximaban.
- Ya decía yo que me sonaba esa... capucha - dijo la amazona; sintió que Akerbeltz le sonreía.
- ¿Como te va? Hacia tiempo que no... - empezó Curukambë.
- Aquí no, vamos dentro - indicó Llumdelest.
Y mientras la mujer, quien hacia semanas que no pisaba la aldea, dejaba a su caballo en el establo, el elfo y el maia la esperaban en el Salón Común. Cuando al fin entró Llumdelest, cargada con un par de conejos para que los preparase Mantecona (pues así solía pagar sus escasas deudas al posadero), descubrió a sus dos amigos sentados en un rincón oscuro de los muchos que se podían encontrar en el salón, con sendas jarras del espumoso brebaje que hacía famosa a la posada. Se acercó a la barra para entregar su caza al dueño del local y, luego, se acercó a ellos.
- ¿Tanto secreto es necesario para saber como te ha ido en tus viajes, Llum? - preguntó Curukambë, ligeramente molesto.
- Sí, ya que la conversación desembocaría en aquel asunto que trae de cabeza a más de uno en los últimos días - la auriga tomó el aguardiente aromatizado con hierbas que le acababa de traer Nob, y dio un trago -. Pero te pido perdón, pues parece que fui demasiado brusca. Supongo que no me ha ido mal, puesto que sigo viva y cuerda. Creo.
Y se llevó otra vez la jarra a los labios. Akerbeltz aún no había pronunciado palabra, esperando a que la mujer dijera algo de utilidad para tal grave asunto.
- ¿Como que crees? ¿Tan mal están las cosas por el Norte? ¿Hacia donde fuiste? - quiso saber el elfo.
- Uhm... - meditó la mujer - Tú mismo te has contestado a una de las preguntas.
>> Sí, al Norte fui, pues tengo algunos... trabajos ahí. Sin embargo, esta vez, me atreví a acercarme a Angmar - la mujer clavó la mirada en sus contertulios, como esperando alguna reacción; Curukambë alzó las cejas, algo sorprendido pero, al parecer, no demasiado; Akerbeltz seguía con el rostro oculto bajo la capucha, sin decir palabra y bebiendo de tanto en tanto de su pinta -. Otras veces me había acercado, curiosa, hasta el extinto Reino Brujo; mas, esta vez, había algo que... no sé, algo extraño... Quizá solo fuese una simple sensación, aunque nunca me había pasado. ¿Pero causada porqué? Me pregunto.
>>La tierra parecía poblada de una extraña y oscura bruma, en pleno día, aunque unas extrañas sombras parecían ocultar el Sol - "Como hace 30 años, en el sur", pensó la mujer, pero no osó decirlo en voz alta -. Y, no sé si sería eso, pero algo hacía enloquecer a cualquier criatura.
- ¿Enloquecer? - dijo el maia, al fin.
- Me costó dominar a mi caballo. Se volvió loco cuando a penas nos faltaban unas millas para llegar. Y no sólo Dicap, si no que otras criaturas tenían un comportamiento extraño. No es normal, por ejemplo, que las liebres te ataquen nada más verte. Incluso yo... No pude permanecer mucho tiempo observando la escena.
>>Tampoco pude hallar caza hasta que no llegué a Arthedain, puesto que las mismas liebres que me atacaron tenían mal sabor, como a cenizas.
Los tres permanecieron en silencio unos instantes, hasta que Llumdelest no pudo aguantar más.
- Todo esto... ¿Lo conoceis ya? Quiero decir, lo que os estoy contando, ¿había sucedido antes por esta región?
- ¿Donde está Baranduin? - preguntó de repente Curukambë, haciendo caso omiso a la petición de la mujer.
- Lo vi hace una semana, en el curso alto del Brandivino - respondió la auriga, frustrada -. Le expliqué lo que vi, pero no dijo nada sobre el asunto. Parecía preocupado, no sé si por mis "descubrimientos" o porque tenía problemas en el río; no quiso decírmelo y yo tampoco insistí.
- ¿Te dijo cuando regresaría? - quiso saber el elfo.
Llumdelest se encogió de hombros como única respuesta.
_________________ Espíritu. En todos los idiomas de los Reinos, en la superficie y en la Antípoda Oscura, en todo tiempo y lugar, la palabra suena a fuerza y decisión. Es la fuerza del héroe, la madre de la resistencia y la armadura del pobre. No puede ser aplastado ni destruido. Esto es lo que quiero creer. (Drizzt Do'Urden)
La meua llibreta
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