Resulta que una noche, a finales de verano, Karpim se apresuró a marcharse de la gruta en la que vivía junto con sus padres, como venía haciendo durante los últimos meses de su existencia (ya que como sabéis, había descubierto que su padre quería merendárselo). Así, sin saber muy bien como (instinto de supervivencia, supongo), se despertaba antes del ocaso, y cuando los últimos rayos de sol despuntaban entre las colinas, dejaba a sus padres con su repertorio de ronquidos, y se marchaba a merodear por el bosque en busca de comida, y tratando, sobra decirlo, de evitar el férreo garrote de su padre.
Pues en éstas estaba el pequeño troll (quiero decir, buscando comida para su “desayuno” nocturno –una lagartija, un ratón, o un huevo de algún pájaro, en el mejor de los casos-) cuando escuchó unos sollozos procedentes de una pequeña niña que estaba escondida tras unos arbustos.
Ésta, al ver delante de sí a ese ser tan extraño (por no llamarlo feo), dejó de llorar, porque ante todo, Karpim tendría que tener su misma edad, y entonces no le tuvo miedo.
-Hola. Me llamo Talë, ¿y tu, como te llamas?
-Yo me llamo Karpim. ¿Qué estás haciendo por aquí? ¡No sabía que viviera nadie por los alrededores!
-No vivo aquí. Estoy de viaje con mi familia. De hecho, estamos acampados por aquí cerca, pero es que vi a un conejito y empecé a perseguirlo, y cuando me quise dar cuenta me había perdido. ¿Me ayudarás a encontrarlos?
-¿A los conejos? Preguntó el troll intrigado.
-¡No tonto! A mi familia, respondió la niña, algo indignada por haber sido malinterpretada.
-Pss, vale, pero si no tardamos mucho. Es que soy un troll muy ocupado- dijo Karpim tratando de parecer interesante.
-¡Muchas gracias! ¡Venga, creo que es por aquí!- y fue a agarrarlo de la mano, pero contuvo el impulso, pues la verdad es que la higiene del troll dejaba mucho que desear (desde el punto de vista de una persona, claro está).
Así pues, ambos se pusieron en camino, o más bien, comenzaron a dar vueltas de un lado para el otro.
-¡Oye!- exclamó Karpim, como acordándose de algo importante. –¿Tu eres capaz de chuparte el codo?-
La niña lo miró sorprendida, y acto seguido dobló su bracito derecho intentando acercar el codo a la punta de su lengua, al mismo tiempo que empujaba el brazo con la mano izquierda. -¡No, no puedo! ¡Es imposible!-
-¡Chorradas! Cuando yo sea mayor, seré capaz, ya lo verás. Ahora me estoy entrenando-. Y le enseñó a la niña lo mucho que podía aproximar su codo a la lengua.
-¡Tienes razón!- sonrió Talë. - Eso debe de ser alguna habilidad propia de los trolls - (de hecho, la distancia resultó ser más o menos la misma a la que tú o yo podríamos acercarlo; pero a él le hacía una ilusión tremenda ver sus progresos imaginarios, así que dejémosle pensar así)… -¡Espera un momento!- y acto seguido metió su mano en el bolsillo y sacó un pequeño pañuelo blanco, con puntilla alrededor. -¡Toma! Hace rato que llevas los mocos colgando y la verdad es que tiene que ser muy incómodo respirar así -. La niña puso el pañuelo en la manaza del troll, y siguió caminando hacia delante. Karpim miró el pañuelo, ¡tan blanco si lo comparaba con sus sucias manos! Y la verdad es que olía bastante bien, como a flores. Así pues, haciendo un gesto de indiferencia con los hombros, y pensando que tal vez esta tarea le llevase más tiempo del que él quisiera, se llevó el pañuelo a la boca, y de un bocado, lo engulló. ¡Al menos no tendría el estómago vacío!
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