Luthien blandía una pesada espada con dificultad. No podía decir cuanto tiempo llevaba moviéndose en aquel río de sangre, pero sus brazos estaban ya exhaustos y la herida de la pierna derecha le dolía tanto que aullaba a cada paso. Sin embargo, lo que más la desfallecía era que no lograba asestar ni un solo golpe a sus enemigos: cientos de orcos a su alrededor, tanto tiempo y sacrificio, llegar a la terrible batalla para finalmente no ser capaz de ayudar a los medianos, que morían a pares buscando el cielo con sus grandes ojos abiertos vacíos. La sangre empapaba el suelo, los troncos de los árboles aparecían ante los ojos teñidos de rojo oscuro, cientos de miembros amputados reptaban bajo las hojas, entre las piedras, el aire ennegrecido con la pestilencia de los orcos vivos retenía los espíritus de los hobbits caídos. Luthien se encaminó hacia la orilla del río arrastrando su espada. A su alrededor los orcos continuaban arremetiendo sin piedad contra los medianos, que apenas eran capaces de defenderse durante unos minutos. El sonido del hierro desgarrando el cuero que cubría pobremente el pecho de los hobbits apenas se oía bajo sus gritos agonizantes, aunque algunos orcos caminaban quejosos con una de sus manos cubriendo las heridas que demostraban que el valor verdadero no nace de las armaduras, y alentadoramente en muchas de las bocas sin aliento asomaban afilados dientes negros. Cuando Luthien alcanzó el agua bebió un sorbo, y tumbada sobre el barro sumergió su cabeza por completo durante unos instantes: ante sus ojos abiertos, entre la corriente, se deslizaron sucesivamente las imágenes de Kit y Muinthel, corriendo acompañadas de una hueste de enanos, Cala y Nessorne sobrevolando Bree, y ella misma, Luthien Tinuviel, palpando las paredes, gritando encerrada en un lugar oscuro. Cuando la visión se diluyó, la elfa pudo ver al fondo una docena de pequeños cuerpos lívidos, y sacó la cabeza enfurecida. Mirando a su alrededor, con un último esfuerzo, Luthien lanzó su cuerpo contra un jinete de huargo armado con un gran garrote. Pero su espada atravesó al orco como si fuese niebla, y la montura traspasó el cuerpo de la elfa como a través de un rayo de luz.
Un sonoro “grekkk” despertó a Luthien de su agitado sueño. Nessorne la avisaba de que llegaban a su destino, habían dejado atrás Bree y descendían ya sobre Hobbiton. Bajo la creciente oscuridad que ya advertía de la inminente noche, todos habían acudido al divisar la sombra del águila en el cielo, pero ninguno había abandonado sus armas. Suavemente Nessorne posó sus afiladas garras en el suelo, y Luthien descendió deslizándose sobre sus plumas. Entre el silencio reverencial de la multitud, se elevó una voz de sobra conocida por la elfa:
- ¡Luthien, bienvenida! ¡Grata es vuestra llegada!
Luthien tomó las manos que Layka le tendía, pero a su espalda pudo ver un largo arco con el que nadie querría ser apuntado. La dejó seguir hablando mientras Nessorne, sin decir ni pío, se elevaba de nuevo rumbo al este en busca de Cala y su misteriosa compañera.
- Ayer llegó un explorador, anunciando que trescientos excelentes arqueros de Rivendell llegarán por la mañana temprano. Tu llegada es también un buen augurio, seguro, pero ¿dónde están tus compañeras?
- No se demorarán mucho ya, y si mis sueños no me engañan, traerán refuerzos del campamento de enanos que hay en Fornost.
- Excelentes noticias. Y muy oportunas. A sTuKa le alegrarán mucho, aunque todavía estamos en grave desventaja numérica. De todos modos, esta noche dormiremos un poco mejor. Acompáñame, dormirás conmigo.
- No tengo mucho sueño, la verdad.
- ¡Vaya! Pues nadie lo diría al verte. Pero si no quieres dormir, no seré yo quien te obligue. Entonces cuéntale tú misma las nuevas al dúnadan. Le encontrarás en la herrería.
* * *
- Sea bienvenida a este humilde campamento, dama Muinthel, permítame ayudarla a bajar de tan bello corcel – Tolkier tendió su robusta mano a la elfa, que la tomó, aunque al intentar bajar así de Silsure se hizo tal lío con las piernas que a punto estuvo de dar con su élfico trasero en el suelo.
Con un extraño giro casi acrobático, Muinthel consiguió erguirse adornándose con una sonrisa de Aquí no ha pasado nada, expirando un Gracias al amable enano, que se dirigió a la multitud.
- Venga, venga, aquí no hay nada que ver. Id a preparar las carretas, no hay tiempo que perder. Parecéis cansada, mi querida amiga, quizá os apetezca beber algo.
Por el estómago de Muinthel pasó una palabra: Cerveza, pero por esta vez hizo caso a su cerebro.
- Agua, muchas gracias.
Muinthel siguió a Tolkier, que aún le sostenía la mano, a través de un laberinto de tiendas y carretas apretujadas unas contra otras. Sobre el suelo, colgadas por todas partes, brillaban cientos, quizá miles de aguzadas espadas, hachas de doble filo, luceros del alba y garrotes de todos los tamaños, aunque más prometedores resultaban sin duda los poderosos brazos que las habrían de empuñar, y que ahora se dedicaban afanosamente a recogerlo todo preparándose para la partida. El revuelo iba en aumento a cada paso que daban, hasta que llegaron a la tienda de Tolkier, donde la hizo sentarse y tomar tres grandes jarras de agua fresca con un buen cuenco de sopa caliente. La sangre volvió a las mejillas de Muinthel, excitada ante las fuerzas que acababa de ver.
- Dime que todo esto es para ayudar a La Comarca y me harás feliz.
- Tal y como os lo prometí, Muinthel. En una hora estaremos preparados para partir ¿Qué hay de vuestras hermosas amigas?
A Muinthel no le dio tiempo a contestar, pues al tiempo que sacudía la cabeza apenada, alguien fuera de la tienda gritó el nombre de Tolkier. Ambos salieron para ver a un enano bastante alto sujetando por las riendas a un precioso podenco sobre el que traía a una elfa medio desmayada a la que Muinthel corrió a abrazar.
- La encontré vagando esta noche al oeste, tan débil que tan sólo era capaz de articular un par de palabras seguidas. Pero con un poco de agua y pan se despejó lo suficiente para explicarme quién era y a quién buscaba, de modo que la traje aquí lo más rápido que pude. Afortunadamente es una pasajera extremadamente ligera, porque el pobre Mailkes estaba ya agotado – dijo el enano acariciando las largas crines de su montura.
- Kit, ¡cuánto me alegro de verte! Siento haber desaparecido sin avisaros, de pronto todo empezó a ir tan deprisa, quizá me equivoqué al dejaros... Pero, ¿qué te ha pasado?
- Estoy bien, no te preocupes. Me recuperaré en cuanto podamos luchar todas juntas. Pero hemos de apresurarnos, Nessorne y Luthien ya deben haber llegado a Hobbiton. La batalla se acerca. ¿Cuándo partimos?
Muinthel se tranquilizó al notar como el tono de Kit se animaba a medida que hablaba, parecía completamente sana, simplemente algo cansada, como ella misma.
- En seguida partiremos. Pero creo que con todas estas carretas al menos tardaremos tres días en llegar, si conseguimos mantener un muy buen paso.
- No será así, señora Muinthel. Permitidme adelantaros que estas carretas no son lo que parecen. Si salimos a mediodía llegaremos a Hobbiton hoy mismo, como mucho dos o tres horas tras ocultarse el sol.
Muinthel y Kit abrieron los ojos desconcertadas: eso significaba hacer el camino en ocho o nueve horas, lo cual era un tiempo irrisorio, apenas suficiente incluso para Silsure al galope. Tolkier sonreía divertido ante el asombro de las elfas, sabiendo que cuando les contase su plan, todavía se asombrarían más, pues nunca en la Tierra Media se había visto a los enanos en la situación que se avecinaba.
* * *
_________________ Y sin embargo sabíamos
que también el odio contra la bajeza desfigura la cara,
también la ira contra la injusticia pone ronca la voz.
(B. Brecht)
|