Como siempre hago los deberes a última hora...
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Ejercicio:
Ruptura...
Jardel era un fornido y apuesto caballero en Breteburgo. Según dicen provenía del Norte de más allá de las montañas, donde aseguran entabló relaciones con los primeros nacidos llegando a tener una gran renombre entre ellos aún cuando era de la raza de los hombres. En cualquier caso, llegó a estas tierras cuando ya era un hombre maduro con el deseo según él mismo decía de encontrar nuevas aventuras en lejanas tierras y probarse a sí mismo su valía.
Jardel era de común de carácter alegre y desenfadado, aunque algo terco y decidido en sus empresas; tanto es así que, según se cuenta, nunca dejó una tarea sin realizar completamente, y tan poderosos era su empeño y osadía que nunca hubo batalla alguna que perdiera ni contienda de la que no resultara vencedor. Además su ingenio era vivo y presto, y como gustaba de los juegos y chanzas, siempre estaba dispuesto para apostar y retar a quien se lo permitiese, y siempre, de un modo u otro, siempre conseguía ganar al adversario por complicado que fuera el desafío.
Con el paso del tiempo su fama llegó a ser tal que muchos fueron los que vinieron de lejanos lugares para retarle y vencerlo con juegos de ingenio, o simplemente a duelos de espada, del que era un auténtico maestro. No obstante, aunque muchos vinieron todos volvieron derrotados y humillados por las artes de Jardel, hasta que con el tiempo los retos se espaciaron más y más en el tiempo, hasta que llegó el día en que no había en la tierra conocida persona alguna que quisiera retarle por no verse nuevamente derrotados.
Al principio, Jardel se sintió satisfecho pues el orgullo había hinchado su corazón, sabiéndose el hombre más diestro en el manejo de la espada y el de mayor ingenio de cuántas tierras se conocían. Sin embargo, con el tiempo la desidia llegó al ánimo de Jardel entristeciéndole pues más que en cualquiera otra cosa era en los juegos y contiendas donde encontraba felicidad; pero como tal era su fama nadie quería disputarle aunque les diera ventaja como luchar con los ojos vendados o combatir con un sola mano. Tanta llegó a ser su tristeza que apenas salía de su casa, y su carácter se volvió huraño y despegado, hasta que fue perdiendo a todos los amigos que tenía por esta causa, salvo a su amigo Livinel, con el que todavía salía de cuando en cuando a una de sus mayores aficiones: la caza. Sin embargo, Livinel se daba cuenta que su amigo no podía continuar de esta manera o no tardaría mucho en enfermar y moriría de pena; así que decidió ayudarle preguntando al Consejo de los Sabios. Éstos deliberaron sobre el mal de Jardel y al fin dijeron:
- Grande es el mal de Jardel, y difícil es encontrar una solución adecuada para este caso. Nosotros sabemos curar las migrañas, y los males de amor, y el mal de melancolía, pero el mal de Jardel está por encima de nuestros conocimientos. Sin embargo, tu consulta no resultará en vano, hemos consultado a los libros, y creemos saber quién puede ayudar a Jardel. Hablad con la Dama del Roble.
Así como se lo dijeron, así Livinel se lo comunicó a Jardel, y además le explicó que la Dama del Roble era una leyenda de aquellos lugares. Según contaban, en el interior del bosque de Breteburgo, crecía un roble más fuerte y poderoso que cuantos le rodeaban, y si a éste árbol se acudía pidiendo consejo, aparecía una dama de larga caballera del color de la madera, que si le caías en gracia te concedía lo que necesitabas, pero esta dama únicamente se aparecía muy raramente y sólo por causas de extrema importancia. No obstante, Jardel en cuanto supo no se amilanó y partió raudo al encuentro con la Dama del Roble con la compañía de su amigo Livinel.
No tardaron en encontrar el Roble Sagrado, y durante tres días y tres noches rogaron la presencia de la Dama, pero ésta no se presentaba. A punto estaban de que el desánimo les sucumbiera cuando por encanto el Roble se transformó en figura de mujer, y sus ramas se volvieron brazos, sus raíces piernas y la frondosa copa, una larga cabellera.
- Durante tres días, he oído tus súplicas, Jardel, hijo de Ramsim y Venurel. Conozco tus penas, pero yo no puedo ayudarte, perdiste las ganas de vivir y eso ni el mayor de los hechiceros puede remediarlo...
- En verdad me entristeces, Dama del bosque, vine a ti porque me hablaron que tú tienes el don de conceder a los hombres lo que necesitan, aunque no sepa en qué consiste ni como puedas conseguirlo. Pero, si en algo puedes ayudarme hazlo, pues ahora los días son largos, y las noches eternas, y aun los sueños son fríos.
- Esta bien, haré lo que deseas, pero habrás de hacer antes una cosa para mí. Hay en el bosque un ciervo de lo más osado y descarado. Sus piernas son ágiles y poderosas, y su ingenio no tiene igual. Quiero que lo mates para mí y me lo ofrezcas a mis pies, pues ya es mucho el tiempo que viene royendo mis ramas, y rozando sus cuernos, contra mi corteza, haciéndome heridas que tardan en sanar. Cázalo para mí, y haré cuanto deseas.
Jardel aceptó el trato, y sin más dilación se dedicó a rastrear su rastro, hasta que lo encontró. Con la ayuda de su amigo Livinel, le prepararon multitud de trampas, pero la astucia del venado no tenía parangón y todas consiguió desbaratarlas. Jardel entendió que así no conseguiría apresarle, así que, hizo que le trajeran su arco más preciso y las flechas mejor equilibradas para su captura. Durante días lo persiguió y aunque Jardel era un excelente tirador el ciervo siempre conseguía zafarse por astucia o con la agilidad de sus piernas. Jardel empezaba a impacientarse y por primera vez pensaba que podría ser derrotado por un simple venado. Sin embargo, su afán era tan grande, que no se dio por vencido, y, por último trazó un plan para capturarle que no habría de fallar.
Con gran esmero recolectó los mejores frutos que encontró en el bosque, hasta juntar un manjar que ningún ciervo pudiera rechazar, ni aún éste con todo su ingenio, y todo esto lo depositó en un lugar preparado para tal fin; de tal modo que si el ciervo se acercaba a ese lugar, se encontraría atrapado: al fondo un gran precipicio, a los lados la espesa vegetación impediría cualquier huida, y a la entrada se apostaría Jardel con su espada para esperarle. Así fue, el ciervo entró con sigilo hacia el lugar, y cuando lo hubo hecho Jardel tapó la entrada. De este modo, logró Jardel lo que quería y el enfrentamiento entre ambos parecía inevitable.
Sin embargo, todo plan perfecto tiene un fallo, y cuando Jardel estaba a punto de golpear al ciervo con su espada, éste se revolvió con una enorme agilidad en dirección al precipicio para saltarlo. Sin embargo, la cólera de Jardel creció entonces sobre manera y con toda su furia se avalanzó hacia el ágil venado, y cuando él saltó, Jardel saltó con él con un salto tal como nunca se había visto antes, y en pleno vuelo, logró atrapar el cuerpo del venado. No obstante, con su furia no se percató de la imprudencia de este acto, pues los dos cayeron al vació desde una gran altura hasta que chocaron contra las rocas, y sus cuerpos se destrozaron. Sin embargo, aún quedó en Jardel un soplo de vida, y con su último aliento, dijo:
- Bienaventurada seas, Dama de los Bosques – y con una sonrisa, expiró.
Livinel que todo lo había presenciado, se llenó de amargura y de furia, y con lágrimas en los ojos, se dirigió hacia la Dama del Roble para pedirle explicaciones, ya que la consideraba la causante de la muerte de su amigo. Pero la Dama no se le aparecía. Finalmente decidió hacer un gran fuego y con él amenazó al Roble Sagrado diciendo que quemaría el bosque entero si no se le aparecía.
- Por qué perturbas mi paz, Livinel, hijo de Zara y Tuvenil. – dijo mostrándose ante el hombre.
- Tú mataste a mi amigo, al que veneraba más que a mi alma. – le increpó– el fuego vengara la ofensa.
- Apaga tu rabia. No hice más que lo que me pidió, sólo le di lo que necesitaba. Y como con él haré contigo lo mismo, también a ti te daré lo que necesitas, a tí te daré esta explicación: El mal de Jardel era uno de los peores enfermedades de los hombres, pues había perdido su mayor don, el aliento de vida. Jardel quemó su fuerza, al darlo todo en sus juegos y contiendas, y cuando éstas se acabaron entendió que había dedicado su vida a algo sin sentido, a algo que no daría fruto, aunque muchas fueron sus aptitudes y posibilidades. Sólo una derrota podría ayudarle a que consiguiera al fin el descanso. Yo se la concedí..., la derrota de la muerte.
Livinel se quedó un rato pensando, y por último, apagó el fuego, dejando intacto el roble Sagrado, y todo cuanto le rodeaba. Sin embargo, durante todo el trayecto que duró su viaje, no abrió la boca, y nada de estos hechos relató hasta mucho tiempo después ante la insistencia de las gentes. Pero siempre que recordaba lo que había sucedido, le quedaba esa torpe sensación en el pecho, como cuando llegara por fin a su casa tras la muerte de Jardel,... con la sensación de que en el mundo había cosas que no entendía demasiado.
CORRECCIÓN:
Muy bien, excelente relato, tal como nos tiene acostumbrados, buena interpretación de la imagen, sacando de ella un bonito cuento con moraleja. A mejorar, algunas expresiones redundantes, que deben evitarse, como "rastrear su rastro", o "cuando él saltó, Jardel saltó con él con un salto tal...".