Silón volvió hasta la barra, tomando asiento en un alto taburete que semejó encoger tres palmos entre sus largas piernas.
“No sé como habrá averiguado tan rápido que era yo el que anoche vio a su misterioso huésped, ese que no debe ser visto,... es muy espabilado este Cebadilla, pero por el abrigo de mi padre que conoceré todo su secreto antes de que repunte el próximo día”.
Antes de inquirir entre los asiduos al Poney quería reconocer el terreno, de modo que se levantó, permitiendo al taburete recuperar su estatura, saliendo de la posada sin percatarse de que traspasaba el umbral de la puerta atropellando a los que en ese momento llegaban, tan concentrado continuaba en sus pensamientos.
“Bien, salí, la puerta abre hacia el exterior y a la derecha, así que giré a la izquierda, seguro, lo contrario hubiese sido una prueba de obstáculos en mi estado. Anduve pegado a la pared unos 10 o 15 pasos, diría yo, que aún borracho tengo mis reparos, no me agradaría que me viese alguno de los huéspedes en una posición tan poco elegante. Uno..., dos..., tres..., cuatro..., cinco..., seis..., siete..., ocho..., nueve..., diez..., fin de la posada... claro, he dado pasos demasiado largos y directos, ciertamente que anoche fui más creativo en mi recorrido y caminé una distancia mucho menor”.
El medio elfo volvió sobre sus pasos, y con cada uno levantaba los ojos hacia el tejado.
“Nueve..., ocho..., siete..., seis..., cinco..., ¡ahí está!”
Su vista penetrante volvió a divisar aquella abertura vidriada pequeñísima separada apenas unas pocas pulgadas de las rojas tejas. Unos dos metros bajo ella, unas alegres cortinas decoraban una ventana con mazorcas de maíz mezcladas con frambuesas.
“Tengo que entrar en esa habitación. Desde su ventana podría alcanzar la gatera alzándome, para echar un vistazo dentro del desván. No pierdo nada. Todos los conspiradores saben ya que yo sé...”
Tomó algunos guijarros del suelo, apuntó y tiró uno contra los cristales. No hubo respuesta. Tiró otro, algo más grande. Otra vez silencio. Cuando estaba a punto para tirar el tercero, oyó girar el cierre de la ventana, así que dejó caer al suelo tras su espalda algo que ya podía merecer el calificativo de piedra. A la ventana se asomó una joven cuya negra melena despeinada acariciaba las hojas secas de las solitarias plantas que habitaban la repisa. Miró a Silon con los ojos casi cerrados, hasta que concluyó que no le conocía. El narrador empedernido vio que la muchacha movía los labios, sin llegar a escuchar lo que decía. Pero al momento se asomó a la ventana otra chica, una elfa rubia que aparecía borrosa en la mente de Silon entre la pequeña pero alborotadora multitud de la fiesta de autos. Ambas se miraron, se encogieron de hombros, y la joven morena se retiró de la ventana.
- “¿Queríais algo?, ¿por qué tirabais cantos a nuestra habitación, maese Silon? No os asustéis, yo os conozco a vos, pero vos y yo no nos conocemos. Ni conocéis a mi amiga."
Repuesto de la sorpresa, Silon respondió lo que tenía pensado:
- "Disculpad. Buscaba a alguien pero supongo que me he equivocado al contar las ventanas. Disculpad que os haya molestado."
Sin esperar la despedida se dirigió a la puerta del Poney.
“La habitación central, orientada hacia el este”.
_________________ Y sin embargo sabíamos
que también el odio contra la bajeza desfigura la cara,
también la ira contra la injusticia pone ronca la voz.
(B. Brecht)
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