La doble de Ithilien no se había estado quieta un momento, a pesar de que la herida del costado parecía dolerle; mientras su enorme compañero trataba de interrogar a Llumdelest, Calenchenniel se había situado a espaldas de ésta, entre ella y las escaleras de subida al piso superior de la posada, tratando de impedir cualquier posible huída de la menuda mujer. La auriga se había dado cuenta perfectamente, pero de momento no pensaba realizar movimientos bruscos siempre y cuando se pudiera deshacer de los elfos de buenos modos; y, por la forma en que le hablaba aquel elfo alto, parecía que, menos Calenchenniel, los demás compartían su opinión.
Era la segunda vez que le preguntaban por Laurefinwë, mas ella hacía ver que no lo conocía. Se habrían marchado hacía tiempo de no ser por Calenchenniel, quien permanecía detrás suyo y decía algo a sus congéneres cada vez que la mujer contestaba con evasivas.
Y entonces le sorprendió ver a ocho hombres, fornidos, de cabellos rubios y uniformados de verde, que se dirigían hacia la escalera; uno de ellos dio órdenes a los demás y, junto con otro de sus compañeros, subió al primer piso. Los otros seis se quedaron bajo, esperando. "Vaya, parece que ha llegado la caballería..." pensó Llumdelest irónicamente.
- Es de vital importancia que le encontremos.
- Ya les he dicho que no lo conozco.
- ¡Miente! - saltó Calenchenniel, perdiendo la paciencia; sus compañeros la chistaron puesto que los caballeros se habían quedado mirando la escena - Sé de sobras que estabas con él; y que lo trajisteis aquí cuando... Lo dejé.
- ¿Cuando lo dejaste malherido? - Llumdelest la miró con suspicacia; no sabía porqué, pero la elfa parecía querer ocultar sus fechorías a sus compañeros, los cuales quedaron desconcertados ante las palabras que acababan de escuchar - Sí, confieso que le ayudé a llegar a la posada. Estaba paseando por el bosque cuando lo encontré. Pero ya se ha ido.
- ¿Cómo? Si estaba... - dijo Calenchenniel, con una terrible mueca de irritación.
- ¿Medio muerto? - espetó la mujer, mirando severamente a la elfa; mas relajó su expresión al comprobar que el elfo alto y su otro compañero miraban asqueados a su congénere femenina - Pues sí. Pero digamos que es un tío muy cabezota - dijo como si no tuviera importancia -; nada más despertar y comer algo, se marchó. Pero no me pregunten a dónde, que eso ya no lo sé.
Los elfos se miraron e intercambiaron palabras entre ellos. Llumdelest tenía la sensación de que estaban enfadados con Calenchenniel, quien permaneció con la cabeza gacha y el rostro enrojecido; no sabría decir si por vergüenza, o por rabia.
Mientras discutían, habían mandado a Calenchenniel que se acercara a ellos, de manera que la mujer tenía el paso libre de nuevo. Llumdelest no se lo pensó dos veces y, lo más disimuladamente que pudo, se fue desplazando hacia las escaleras. Se había alejado ya un par de metros, cuando vio a enumanus dirigirse hacia ahí.
El hombre se quedó parado nada más cruzar el pasillo, sorprendido al encontrarse esa zona de la posada tan concurrida. Abrió la boca para decir algo, pero vio a Llumdelest con un dedo en los labios e indicándole que subiera las escaleras.
- ¿Qué pasa? ¿Aquella no será...? - trató de decir enumanus cuando llegó a su lado; mas la mujer le empujó hacia los primeros peldaños.
Sin embargo, el paso les quedó cerrado cuando los dos rohirrim bajaron, acompañando a un tercero. Era Baldor, quien se había puesto su uniforme y avanzaba léntamente apoyándose en sus dos subalternos. Enumanus y Llumdelest los saludaron solemnemente, y el Mariscal les dedicó una débil sonrisa.
- Lamentamos la tardanza, señor... - dijo uno de los hombres vestidos de verde.
- No tiene importancia. Lo importante es que habeis llegado - contestó Baldor.
- Y en buen momento, me parece - comentó Enumanus, mas Llumdelest le golpeó suavemente en la nuca, como aviso para que no hablara. El hombre no dijo más.
- ¿A qué te refieres? - preguntó Baldor, haciendo un esfuerzo para que las palabras salieran de su boca.
La auriga señaló al grupo de elfos, que seguían discutiendo; a éstos se habían unido los otros tres que la mujer había visto entrar por la puerta trasera. Llumdelest, cogiendo del brazo a enumanus, se acercó a Baldor y les explicó a ambos que era el grupo de Calenchenniel y estaban buscando a Laurefinwë.
- De todas formas, no os preocupeis - dijo la mujer -; parece que la única que tiene ganas de pelea es la maldita elfa. No obstante, si os preguntan por Laurefinwë, decidles que se ha marchado.
- Habrá que avisarle, entonces - dijo enumanus -. Por cierto, ¿a donde ibas?
- A por el dichoso libro - suspiró la auriga, bajando los escalones -. Pero ahora será mejor que vaya a por...
- ¡Laurefinwë! ¡Espera en...!
Todos se giraron, y su atención se dirigió en medio del corredor. El impaciente Laurefinwë había estado esperando en el salón demasiado tiempo a que volviera la auriga, intentando mantener la comedia. Pero ya se había hartado, y ahora avanzaba con decisión, seguido por Taeron y una desesperada Ithilien, la cual trataba que el elfo retrocediera.
- ¿Porqué no esperamos en el salón? - le pedía Ithilien.
- Ya he esperado bastante - contestó él con hastío; alzó la vista y vio a sus otros tres amigos enfrente de él, a unos 15 metros, en la escalera - ¡Llumdelest! ¿Y el...?
- ¡Ya os dije que mentía! - gritó Calenchenniel.
Y todo sucedió muy rápido. Sin que sus atónitos compañeros pudieran hacer nada, la elfa se lanzó cual rayo hacia el noldo, daga en mano. Era tan terrible la expresión en el semblante de la elfa, con sus verdes ojos brillando de excitación y de una inexplicable y súbita sed de sangre, que Laurefinwë se quedó de pie, sin tener claro si su enemigo era uno de sus congéneres o un demonio salido de la más honda mazmorra de Morgoth. Rápidamente, intentó desenvainar su espada, ¡pero no la tenía! Tarde recordó que se la había dejado en su habitación.
- ¡Laurefinwë, cuidado! - gritó Ithilien; Laurefinwë trató de hacerse a un lado, mas sintió una tremenda punzada de dolor en la herida, pues aún no se había cerrado devidamente, y se tambaleó cayendo al suelo.
Calenchenniel estaba ya a punto de asestar su golpe. Mas, de forma inesperada, Taeron se interpuso entre Laurefinwë y la doble de Ithilien,lanzándose contra ella. La elfa no se esperó esta arremetida y trastabilló a un lado; pero rápidamente recuperó el equilibrio, dispuesta a repetir el ataque. Pero ahora se topó con Llumdelest. Calenchenniel sonrió diabólicamente, y dirigió su daga al cuello de la humana.
Pero la había subestimado. Mucho más rápida de manos que de pies, la mujer bloqueó fácilmente con la falcata el arma de la elfa y, con la mano derecha, le propinó un puñetazo en el estómago, cerca del costado herido. Calenchenniel retrocedió unos pasos al sentir el dolor. A continuación, sin perder más el tiempo, Llumdelest desenvainó con la misma mano la espada, desarmó a la sorprendida elfa lanzando la daga lejos y, esta vez, le dio un duro golpe en todos los morros con el pomo, suficiente para hacerla caer al suelo, inconsciente.
- No te andas con chiquitas, ¿eh Llum? - dijo Enumanus, todavía en las escaleras junto a Baldor, cuando todo se calmó; la mujer le sonrió, orgullosa por su hazaña.
PD: wiiii, mi post número 333
