En su sueño onírico fruto del dolor, Waykim veaía una cara tatuada que le agitaba el corazón como una sanguijuela cuando se le echa sal. El delirio de la visión y la fiebre la hacían temblar. Por las lágrimas de su hermana se precipitaban las lágrimas sin parar mientras huía del lugar hacia las cuevas.
Mientras, Lembillo, seguido de Beorem y Fehn, se acercaba a Rynvorlän con paso seguro, los soldados de Rohan y un bastante recuperado Grömdal el gondoriano y padre del hijo de Histhel, así como Ardealthal el montaraz, Gorion el elfo y algunos aldeanos intentaban acorralar en el centro de la plaza al único olifante que quedaba. Pero el tamaño del mismo se lo ponía difícil. Las flechas de los mejores arqueros erraban al no llegar tan alto, sin embargo, las de los Haradrim hacían blanco cada vez con más asiduidad. El desánimo comenzó a correr entre las huestes del bando de los del Norte.
Entonces fue cuando más de doscientos militares emprendieron el camino hacia Enedwaith. Después de unos momentos de incertidumbre de los habitantes del lugar, vieron que el mismo señor de los Esterlingas, que había reunido a todos los Aurigas y Balchoth exiliados por no estar de acuerdo con el poder imperante durante la Tercera Edad, salía con sus mejores soldados hacia la batalla. Una nueva paloma mensajera llegó hasta Baldor. Había sido enviada para avisarle de la próxima llegada de los Esterlingas en una misión de apoyo. Al Mariscal se le saltaron las lágrimas pero al ver que uno de sus hombres se le quedaba mirando, disimuló. La unión contra el enemigo debía dar sus frutos.
Así estuvieron luchando contra la bestia mientras el diantre llamado Escheron sobrevolaba el lugar e intentaba destrozar la plataforma de los Haradrim, aunque algo le impedía hacerlo.
- ¡La oscuridad habita en ti! -gritó Moss-Yamal mirando al balrog- ¡Yo soy oscuridad!
- Padre, deja que lance algunas botellas de fuego -espetó Moss-Eguirta-. Ya me encuentro mejor. Moss-Yamal le acercó una con sus propias manos.
De pronto, las casas de alrededor empezaron a arder por culpa de las botellas inflamables, tornando el paisaje en un símil de tamaño pequeño de Mordor. El olifante destruía con su trompa cualquier defensa, lanzando soldados disparados, por doquier, y aplastando a cuanto rohirrim se le acercara.
Sin aviso previo, una figura menuda se deslizó entre los militares a gran velocidad. Sólo se veía por el reflejo de los edificios ardiendo pero Ardealthal lo reconoció: era nada más y nada menos que Lembillo, el aprendiz de chamarilero. Éste se escurrió hasta debajo de las patas del olifante y esperó el instante preciso para lanzarle unos bultos hacia la trompa. El chico, después de esta operación tuvo el tiempo justo para salir pitando de allí, puesto que la bestia pareció enloquecer de pronto. Se agitó bruscamente y se tiró al suelo, volcando su carga. La mayor parte de los haradrim consiguió ponerse en pie pronto dispuestos luchar a muerte con los militares. Pero Moss-Yamal vio que no tenían escapatoria. Ordenó la rendición, lo que revolvió más las tripas de su hijo que la propia herida que llevaba. Escheron acabó con el olifante, que exponía ahora sus zonas vulnerables y después salió de allí huyendo, en contra de unos nuevos deseos de destrucción que la cercanía al mal personificado en los Tafraouit, le habían vuelto a despertar.
Los vítores del final de la batalla inundaron la aldea. Todos se abrazaban mientras los prisioneros eran atados y conducidos a buen recaudo. Ardealthal y Gorion, aufóricos, corrieron a saludar a Lembillo, Fehn y Beorem. El aprendiz sólo les dijo un par de frases:
- Aún me ha sobrado uno de los sacos de ratones. Si lo sé no pierdo tanto tiempo cogiéndolos.
A unas millas de allí, en la entrada a las cuevas, iluminadas por los primeros rayos de luz matinal, una exhausta Esseamal transportaba a su hermana pequeña herida de gravedad, cuando algo en el ambiente le dijo que no todo andaba bien. Se acercó arrastrando los pies hasta la gruta y entre la penumbra atisbó la tragedia. Nadie en su interior seguía con vida. Dejó a su hermana recostada sobre unos víveres y andubo entre los muertos como quien hace un inventario del espanto. Muchos parecían dormidos; a otros les delataba algún reguero de sangre que seco ya, había salido de su garganta. De pronto gritó:
- ¡No! -reverberando el sonido en un eco de desolación que llenó cada recoveco del lugar.
Al fondo, los cuerpos sin vida de Twokwén y su propia hermana Vinga yacían en un abrazo de amor eterno.
_________________ "La redundancia es la mayor fuente de supervivencia"
Sadrac en el horno (Robert Silverberg)
Última edición por Peluchico el Dom Jun 22, 2008 9:50 pm, editado 3 veces en total
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