Una llamarada golpeó la roca tras la cual me ocultaba. "<i>Celebrant, linniel ned Lothlórien, Celebrant, orth anim ne Dagor; Celebrant, lasto bêth lamen, Celebrant dan i valrog!</i>". Una riada cayó sobre la Llama de Udûn. Grandes nubes de vapor se alzaron, cubriendo de niebla algunos estadios a la redonda, visibles desde varias millas. El balrog, ardiente, brillante, incandescente, se divisaba por entre la gris bruma. Cerré los ojos, abrí el Ojo del Sobremundo, y la obscuridad plena se cirnió sobre él.
Jugamos un rato al ratón y al gato. Le lanzaba una piedra, y él, ciego, hacía restasllar sus llamas en la dirección en la que provenía. Para entonces yo ya me había colocado en otra posición. Estábamos en mi medio: la bruma, la lluvia, la niebla. Tan sólo era cuestión de tiempo que se cansase. Su brillo obscuro se fue debilitando, y llegado el momento, un cuchillo en buen lugar acabó con el problema. Bajo mis pies, el balrog se hizo cenizas, tintando el aire de obscuro y haciéndolo dificil de respirar.
Retiré la bruma (<i>Mith-e·Gwilith, gwanno annuin ered; Thûl-e·lithui, gwelo an ened!</i>, y la niebla se sumergió hacia las montañas y hacia Fangorn).
<i>¡Plas, plas, plas, plas, plas, plas, plas!</i>. Alguien aplaudió a mi espalda. Rápidamente abrí los ojos, cerré el Ojo, y me volví.
Era un ainu, no había duda. Parecía un artesano cuarentón, un hombre mortal maduro, calvo y con algo de barriga. Sus pómulos sugerían un consumo habitual de bebidas alcoholicas, o eso quería aparentar. La nariz, chata y aplastada, la boca, torcida hacia abajo por un pequeño corte de siega, todo él podía haber sido un Hombre de Bree cualquiera. Pero era un Ainu. La Fuerza de sus Ojos, marrones como los de la mayoría de las Tierras del Oeste, y el pensamiento impenetrable, lo delataban.
Me eché a temblar. ¿Cuántas veces nos habríamos cruzado con él sin percatarnos? ¿Durante cuanto tiempo podíamos haberlo saludado, confundiendolo con un hortelano más? Sabía, desde luego, pasar desapercibido.
- Úenyalan, Parmalambendil? - Y no, no lo recordaba. Mis peores miedos se aferraron. Nunca le había visto, o eso habría creído yo. Pero en caso de haberlo visto en Bree, no lo habría recordado. Él sabía de mi confusión, y disfrutaba con ella.- Fácil te ha sido destruir a mi más fiel balrog. El otro al menos me daba problemas. Ya sólo me queda uno, ¿sabes? Pero ese no lo encontrarás. - Rió, una fuerte risotada de campesino, como otra cualquiera que pudiéramos oir en la posada - Nunca se me hubiese ocurrido el echarle encima un río. Seguramente, lo que yo habría intentado es echarle a él al río. - Volvió a reir. A pesar de hablar la Alta Lengua, su acento era de Bree. Podía llevar años vigilándonos... Y nosotros ni sospecharlo. Me rehice, le planté cara.
- Utilizo el arma más poderosa.
- Ya veo que tienes el Ojo.
Ahora fui yo el que rió.
- No me refiero a eso. Es una magia aún más potente.
- ¿Cuál es entonces?
- El Ingenio. La Estrategia.
Se detuvo un momento. meditó durante un par de segundos, me miró. Sus ojos habían cambiado de color, eran de un Azul intenso. Y clavando su vista en mí, dijo:
- Entonces habríamos de unirnos. Dos Reyes en el mundo, Dos Señores en la más alta cumbre. Uno que contruye la materia, otro, el pensamiento. Uno que controla el Poder, otro que lo posee. Uno que conoce la Verdad y otro que la tiene. Dos Reyes, complementándose, para un Sólo Reino. El Nuestro.
Grité, enojado:
- ¡Y un Rey con el trono y otro destronado! "<i>Naur nu 'ae, berio anim! Sereg-en-ered, sereg-en-eleni, dhant or he!</i>"
Un temblor. Otro. Una grieta se abrió por encima de donde nos encontrábamos, y la lava empezó a manar de ella, descendiendo por la ladera.
- "<i>Taur nu 'aladh, sâr gardo!</i>" - dijo con una media sonrisa.
Y piedras surgieron de los árboles, parando la riada de lava, y desviándola hacia Lórien. Sonreí. No había visto mi jugada.
- "<i>Arnediath Thýl, thuio or ered!</i>"
Y los incontables vientos soplaron sobre las montañas, y descendieron fuertemente, erosionando las rocas. Esquirlas de piedra a elevada temperatura empezaron a saltar. Me protegí por las alas, pero él no tenía forma de defenderse contra la petrea lluvia. Lancé pequeños hechizos, fáciles de parar, pero que le mantendrían ocupado. Debía anularlos. Y mientras, la lava iba bajando. El viento había abierto una brecha hacia nuestra posición, y ayudaba a la lava a dirigirse hacia nosotros. Estaba a escasos pies de él. Si le tocaba, iría directo a Aman. Clavó su vista en mí. Sus ojos eran de un carmesí sanguinolento.
- Recuerdos a <b>Tilion</b>. Que la Luna os guíe, ya que él no la guía a ella - Dijo con malicia.
- Recuerdos a Morgoth, lejano tiempo ha que no lo veo - dije, incapaz de reprocharle la acción de algún compañero suyo. No tenía el gusto (o disgusto) de conocerlos.
- Sintiéndolo, no podré dárselos. - Y alzándo los brazos, como si de un pararrayos se tratase, gritó: "<i>Cala undómessë, a túlë ninna! Lumboiva eär, mindondinna!</i>".
Nubes de la nada empezaron a surgir, y los rayos caían sobre la vertiente oriental de las Nubladas. Uno de ellos cayó sobre él, y desapareció en la nada. Con él desaparecieron también las rocas de piedra, por lo que la lluvia de viruta lítica empezó a cesar. Congelé la piedra y cerré la grieta, para no crear una catástrofe. Se me había escapado. El viento no cesaría hasta la mañana, así que como pude, intenté salir de aquel infierno. Un rayo cayó justo donde me encontraba dos segundos antes. El trueno me lanzó a cinco brazas de donde estaba. Bajé rápidamente al bosque, era un infierno. Buscando de mala manera, con las adversas condiciones meteorológicas que sacudían las ramas de los árboles. Durante la batalla había anochecido, y noda se veía ya. Alcé una luz, y mis ojos quedaron asombrados. En un claro, una tropa de orcos yacía desmembrada y gimiente en el suelo. Cuerpos desgarrados por cuchillas de piedra.
Un grito surgió de lo alto de un árbol. Subí con dificultad por el viento. Había un talan, hecho a la manera de los maiar guardianes, protegido de tormentas y oculto de curiosos. Y dentro estaba la cmpañía, algunos heridos de esquirlas de piedra. Me sentí culpable, aunque al menos estaban vivos todos. ¿todos? <b>Akerbeltz</b> me miró. Yo le devolví la mirada. Mis alas, heridas por la lluvia y la tormenta, estaban viscosas por un fluído que salía de las heridas. Me era imposible replegarlas por el dolor. Su habitual policromía se había convertido en un gris cenizo monótono.
Una mirada bastó. Con una mirada supe dela batalla con los orcos, interrumpida por esquirlas de piedra. Heridas, dolor. Fuegos de lava cayendo, la incomprensión de los sucesos.
Pero había algo más importante, que urgía nuestra partida. Un hecho que tal vez perdurase en la Historia del Mundo.
No podía ser. Mis rodillas temblaron. Susurré un nombre en Valarin, un sólo nombre que resumía causas, consecuencias, miedos y temores. Un nombre que resumía a <b>Akerbeltz</b> y <b>Derwydd</b> lo acontecido. Su asentimiento, su afirmación, me resumieron el futuro.
Miré al cielo mientras caía al suelo. Todo había sido una maniobra de distracción. Finalmente, habían conseguido su objetivo.
Aquella noche, la luna no había salido.
Y la Obscuridad cayó sobre mi mente.
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Pd.- Tenía mono
