El tiempo pasaba muy despacio bajo los enormes árboles de Lorien. Tenía la impresión de que la vida se me escapaba encerrada en una hermosa cárcel de oro y plata cuya puerta estaba abierta, pero en la que me esperaba el peor carcelero de todos: Galadriel. No me malinterpreteis, ella era amable conmigo, más de lo que nunca nadie lo sería en adelante, pero su sola presencia era suficiente para atraer mi mirada y hacer que mis responsabilidades se esfumasen de mi mente. Cuando ella se acercaba a mí el mundo se desvanecía por arte de magia, el corazón martilleaba contra mi pecho cada vez que su mano rozaba mi piel... No podía seguir viviendo a su lado o mi vida sería mucho más corta de lo que esperaba y deseaba... Así que una fría noche, a raíz de unos extraños y dolorosos sucesos, decidí partir en busca de mi pasado.
Todavía dormía cuando sentí la familiar sensación que ponía de punta todo el vello de mi cuerpo: su voz susurraba mi nombre en lo más profundo de mi alma. Me tocaba la guardia esa noche, así que temí haberme dormido, pero no... todavía faltaba demasiado tiempo para mi turno. Sentí una punzada de temor, pues la voz siempre dulce y tranquilizadora, se mostraba inquieta esa noche. Podía notar como mi corazón se desbocaba entre mis costillas, mientras me apresuraba a recoger mi espada y mis puñales, saltaba a tierra desde la escala de mi cuarto y dirigía mis agitados y rápidos pasos hacia el bosque donde la Dama repetía cada noche el ritual de su baño. Al llegar dos guardias muertos me vaticinaron lo peor: ataque de los orcos. Me agaché y miré atentamente la masa de tierra ante mis pies. Huellas de cuatro individuos; uno de los guardias de la Dama los había descubierto mientras miraban; la batalla había durado poco, un orco había sido herido, dejando manar la oscura sangre, y los otros tres acabaron en seguida con los dos elfos. Las huellas que se alejaban eran más profundas, uno de los orcos portaba un cuerpo a sus espaldas. A juzgar por la excesiva profundidad Galadriel se había defendido, pero la habían reducido con facilidad. El rastro que la herida del enemigo había dejado me condujo a una hedionda grieta en una pequeña colina, donde supuse acampaban las bestias que se habían llevado a mi reina. La rabia no me dejaba pensar con claridad, el miedo a perderla superaba mis fuerzas, rozaba ligeramente la locura... Pero ahora no podía fallarle. No sé por qué motivo me había llamado a mí, pero allí estaba: su única esperanza. Daría mi vida por ella... Y la di...
La sangre manaba profusamente de la herida de mi pecho, mientras se me hacía cada vez más difícil respirar. Ante mí yacían dos de los raptores, mientras el tercero había huido después de herirme. El dolor me atravesaba de lado a lado, recorriéndome la columna. Podía sentir cómo se me escapaba la vida, cómo mi alma comenzaba a vagar por un mundo de fantasmas y quimeras. Y entre sueños vi su rostro blanquecino, con lágrimas empapando sus cálidos ojos grises. Lloraba, y era por mí... Solté mi herida y acaricié su cabello dorado, tiñéndolo del color de la sangre.
- No temáis por mí, mi reina. Vos estáis a salvo... Volved a Caras Galadon...
El dolor se hacía más intenso, acerqué suavemente su cara a la mía y con toda la dulzura que pude reunir, deposité en sus labios salados por sus lágrimas mi último aliento. Lo siguiente que recuerdo... el frío, la nada; no podía ver nada más que a mí misma. Una extraña fuerza me empujaba hacia abajo como un imán. Caía rápidamente, sin encontrar dónde sujetarme. Pero de pronto la caída se detuvo, dejándome un instante para distinguir miles de manos oscuras que se abalanzaban sobre mí, intentando asirme desesperadamente. Pero la misma fuerza que me había detenido comenzó a subirme de nuevo, aliviando la angustia que había crecido en mi pecho. Abrí lentamente los ojos, alegrándome tanto de ver de nuevo su rostro que fundí mi cuerpo en un abrazo eterno con el suyo, hundiendo mi cara en la suavidad inmensa de su pelo. Sus brazos no querían soltarme, aun cuando los míos perdieron las fuerzas y se dejaron vencer, permitiendo que ella cargase con todo el peso de mi cuerpo.
- Creí que te perdía - sollozó en mi oído con la voz entrecortada -. He logrado curarte.
- No... Me has devuelto a la vida...
Y fundidas en ese abrazo nos encontraron los guardias cuando salieron a buscarnos. Partí esa misma mañana, después de que me asegurasen que la reina estaba completamente bien. El camino serpenteaba entre los árboles y la tristeza invadía mi corazón con cada rayo de sol que iluminaba mi rostro, colándose por las rendijas que el espeso follaje dejaba entre sí. Una silenciosa lágrima surcaba mi mejilla, abandonar mi primer hogar no resultaba nada fácil, abandonarla a ella era totalmente imposible. Pero no podía quedarme, mi alma me lo gritaba, si había estado a punto de darlo todo por mí, la próxima vez podría costarle algo más que unos días de obligado reposo... Y mientras pensaba, caminaba y lloraba silenciosamente, su voz volvió a sonar en mi cabeza, susurrante, pidiéndome que no me fuese... Una cruel tentación que mi mente tenía la destreza de enterrar en lo más profundo de mi alma, junto a mi corazón roto. Bajé un instante la vista, mientras otra lágrima delataba mi tristeza, y al levantarla de nuevo encontré ante mí a la Dama, a mi reina, a la dueña de mi corazón...
- Sé qué me responderás. Sé que no hay nada que te pueda decir que haga que te quedes... Pero necesitaba verte antes de que partieses - extendió su mano con un arco plateado en él; la cuerda parecía tejida con sus propios cabellos y las tallas se amoldaban perfectamente a mis manos -. Está hecho para ti...
No sabía qué decir, así que recogí el regalo, acaricié tiernamente su rostro y besé su mejilla.
- Puede que jamás encuentre mi pasado - susurré con un hilo de voz mientras las lágrimas amenazaban tras mis párpados -. Pero siempre sabré dónde está mi hogar... y quién es mi madre...
Me di la vuelta y salí corriendo de su lado, porque sabía que si esperaba un instante más no intentaría irme jamás. Mis ojos empapados no me dejaban ver claramente el camino, pero parecía que una fuerza mayor que mi mente dirigía ahora mis pasos, impidiendo que tropezase. Y mientras me alejaba rápidamente, sin volver la vista atrás, su voz dulce y armoniosa volvió a resonar en mi mente, regalándome una última despedida, dejándome en una fría y eterna noche que encerraría para siempre mi corazón.
- "Sí man i yulma nin enquantuva?
Sí vanwa ná
Nai elyë hiruva! Namarië!"
(Fragmento muy libre del Lamento de Galadriel, Namarië)
Fin
|