Tardamos siete días en cruzar esos campos, pues tuvimos que dar muchas vueltas y perdimos mucho tiempo esquivando a la Gente Grande. Llegábamos ya al final del reino cuando otro peligro amenazó nuestras vidas, fue por la noche, la última que íbamos a pasar en esos parajes.
Se acercaba la noche y con ella, el final del campo de maíz que ahora nos protegía, los hombres ya se retiraban hacia sus casas, así que decidimos esperar allí hasta que se fueran para cruzar hasta el siguiente campo, que era el que nos conduciría hasta el camino que habíamos dejado unos días atrás. Salimos del maizal y nos dirigimos hacia ese campo. Al llegar allí nos encontramos con un cercado que nos impedía llegar al campo de cerezos que nos iba a resguardar esa noche. Lo saltamos y empezamos a caminar entre los cerezos buscando un lugar donde descansar, el día había sido duro y queríamos comer algo y dormir un poco antes de seguir nuestro viaje pues al día siguiente debíamos levantarnos muy temprano para volver al camino antes de que los humanos regresaran a los campos.
Encontramos un buen sitio bajo un cerezo y nos disponíamos a sentarnos cuando un perro empezó a ladrar, nos asustamos y echamos a correr en dirección al camino, por suerte el perro estaba atado y le cogimos ventaja. Al momento el dueño de la casa y su familia salieron al porche, en sus manos llevaban luces con las que intentaban descubrirnos, en ese momento un estruendo retronó en el aire, el hombre había disparado al cielo y oímos como nos gritaba:
–¡Quietos ladrones o el próximo será para vosotros! Laufey, suelta al perro, date prisa –ordenó a la mujer.
Miré hacia atrás y vi que ella corría en dirección al perro mientras el hombre nos apuntaba, seguí corriendo y oí la voz sollozante del niño:
–No lo hagas papa, son sólo unos niños.
El arma se disparó y el tiro acertó en el suelo, unos metros tras nosotros, fue el niño quien, al intentar frenar a su padre, desvió el arma y nos salvó.
–Unos ladronzuelos es lo que son –respondió el hombre mientras volvía a cargar el arma, aunque ahora ya estábamos bastante lejos y no podía alcanzarnos–. Pero aún nos perseguía el perro y estaba a punto de darnos alcance. Oíamos sus jadeos y sus pasos tras nosotros, estaba cada vez más cerca, nos iba a coger, y cuando ya habíamos perdido toda esperanza de escapar nos topamos con la valla, casi nos estrellamos contra ella, aunque en el último momento nos detuvimos y la saltamos. El perro se detuvo y clavando su mirada en nosotros, no cesó de ladrar. Nos alejamos del vallado y el perro se calmó. Nos había seguido hasta la linde de sus tierras y cuando se hubo cerciorado de que habíamos salido de ellas, dio media vuelta y se alejó.
Nuestros corazones latían impetuosamente y nuestras piernas temblaban, creíamos que íbamos a desfallecer en cualquier momento, pero poco a poco nos fuimos tranquilizando. Habíamos cruzado las tierras de la Gente Grande y estábamos ilesos. Cuando me hube tranquilizado observé una cosa en la que hasta ese momento no había reparado, Rony llevaba los brazos cargados de deliciosas cerezas, y ni siquiera él sabía cómo había conseguido saltar la valla sin perder ni una sola. Nos escondimos al lado del camino y comimos algo de nuestras provisiones para rematar luego la cena con las sabrosas cerezas que Rony había cogido y unas caladas de nuestra hierba de La Comarca.
A la mañana siguiente reanudamos nuestro viaje y al poco rato el camino se bifurcó en otros dos, uno seguía recto y otro se dirigía hacía el sur, no sabíamos qué dirección seguir, así que decidimos hacerlo a suertes usando la moneda que habíamos encontrado unos días antes. Si salía la cara del humano iríamos recto, hacia el este, y si salía el castillo nos dirigiríamos hacia el sur. Salió cara así que encaminamos nuestros pasos hacia el este. En ese momento no lo sabíamos, pero después pudimos comprobar que esa moneda siempre caía con la cara hacia arriba, algún humano tramposo la había trucado y, sin saberlo, había escogido el camino que debíamos seguir, mucho antes de que empezáramos nuestro viaje.
Continuará... |