Aspecto:
Dentro de los de mi raza, los Hobbits, soy alto, midiendo cerca de tres pies y medio. De pelo castaño, ojos claros y tez rubicunda, como suelen ser los míos.
Historia:
Mi niñez y adolescencia se desarrollaron en la pacífica Comarca, sin otras preocupaciones que el buen comer y el dormir. A medida que crecí, la curiosidad innata de los albos fue despertando en mí, lo que, unido a mi profunda devoción a la naturaleza, me llevó a ser un asiduo de caminos y veredas. Así terminé por emprender largos viajes que me alejaron durante años de mi hogar, los cuales dediqué a instruirme, llegando hasta las lejanas estribaciones meridionales de las Montañas Nubladas. Fue cuando regresé al Norte que dí por primera vez con esta posada, encrucijada de caminos, el Poney Pisador, volviendo a ella no mucho después, cuando tras haber pasado cierto tiempo en mi hogar decidí realizar un viaje hasta Bree, durante el cual me ví envuelto en ciertos acontecimientos en relación con las Quebradas de los Túmulos de los que creo que aún, en algún lugar de la posada, se guardan registro. Tras estos, entré a servir en ella como ayudante de Nob, haciendo las más de las veces de recadero, ocupación que me venía como anillo al dedo, ya que me permitía estar todo el día de aquí para allá, ya sea recogiendo hierbas aromáticas en el bosque, yendo a entregar mensajes o a comprar suministros o echando una mano a Bob en los establos, sin tener que permanecer tanto tiempo en el, a veces para mí, demasiado sofocante ambiente de la posada. Finalmente, dejé mi puesto y regresé a La Comarca.
Habilidades:
Como todo Hobbit una de mis mayores cualidades es la de desaparecer rápido y en silencio, evitando así en los caminos desagradables encontronazos con la Gente Grande, esa que ahora tanto abunda.
Armas:
Mi bastón de viaje es lo único que entiendo que en caso de extrema necesidad pudiese ser usado como tal, aunque no creo que sirviera de mucho. ¡Por favor! Soy sólo un Hobbit, no tengo ni idea de cómo utilizarlas y aunque lo supiera no me veo acabando con la vida de nadie. Así pues, como veis, siempre rehuyo del combate. En cualquier caso, para desanimar a los malintencionados, me acompaña Aran, un imponente perro que casi alcanza mi estatura y que además de un excelente amigo, resulta un perfecto guardián.
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