Habían pasado dos días desde la célebre boda de Baldor y Narwin, los recién casados seguían de luna de hidromiel perdidos entre los bosques de Fangorn, y el alborozo y la alegría por la tan esperada unión habían dado paso a la preocupación y el desasosiego que el Concilio producía a quienes se encargaban de su preparación. Se veían seres de todas las razas corriendo de un lado para otro asegurándose de que todo estuviera a punto para la hora de comienzo.
No había sido fácil convencer a los árboles de Fangorn para que les prestaran ese terreno durante el tiempo necesario para la preparación y puesta en escena del Concilio, pues de todos es conocida la animadversión que los Ucornos sienten por cualquier criatura, y los ents se habían visto en una difícil situación para garantizar la seguridad de los asistentes al Concilio, ya que no siempre podían calmar la ira de los Ucornos hacia cualquiera que se acercara a escasos metros de uno de ellos. Desde la Batalla de Isengard, durante la guerra del Anillo, su odio hacia cualquier humano, orco o criatura que caminase a dos patas se había acrecentado hasta límites inadmisibles.
- Mira, Ibal, ese árbol está tan retorcido que parece que se ha hecho un nudo consigo mismo, ja, ja, ja, ja -bromeó Inzil refiriéndose a un Ucorno que había a dos metros de él. De repente una de las raíces del milenario árbol se arrancó del suelo y en un movimiento rápido se dirigió con fuerza hacia la cabeza del muchacho con la clara intención de derribarlo de un golpe. Erztum que andaba justo detrás del niño se abalanzó sobre él tirándolo al suelo en el mismo instante en que la rama rozaba ligeramente los últimos pelillos de su cogote sin lastimarle.
- Cuidado con lo que dices, muchacho -le reprendió Ibal mientras les ayudaba a levantarse-. Procura mantenerte alejado de estos árboles tan retorcidos, como tú los llamas.
- Ibal, ¿por qué no talas ese árbol con tu hacha? Es un árbol muy peligroso y puede hacer daño a alguien más -preguntó Inzil.
- Si valoras en algo tu vida -respondió el enano- no vuelvas a hacer un comentario como ese en un sitio como éste. Antes de que yo levantara en alto mi hacha, las ramas de estos árboles me agarrarían por las cuatro extremidades y tirarían de ellas hasta hacerme pedazos.
Inzil se asustó mucho de las palabras de Ibal y corrió al amparo de Erztum. El elfo con un gesto corroboró lo que le había dicho el enano y el niño se echó a llorar.
- ¡¿Qué le habéis hecho a mi niño?! -preguntó Isilya gritando. Justo pasaba por allí cuando vio a Inzil llorando a moco tendido. Abrió los brazos para acoger al chico y miró con dureza al enano y al elfo-. Inzil no llora sin razón, es un elfo muy valiente, algo gordo le habéis hecho y cuando me entere os voy a dar lo que os merecéis -y dicho esto se dio media vuelta con el niño apoyando la cabeza en su regazo. Erztum miró a Ibal y resopló.
- Prefiero la ira del Ucorno a la de Isilya -dijo el enano.
- Pues yo prefiero a Isilya, sobre todo cuando está enfadada, ja, ja, ja, ja -Erztum rió y los dos se alejaron de allí.
Mientras en las afueras de Isengard...
- ¡Eh! ¡Vosotros dos! -bramó una voz desde lo alto de la torre de isengard. Esdaleon y Gwirdyon miraron para arriba y vieron que la ventana por la que tiempo atrás Imdralis había conseguido introducirse dentro de la torre para mirar los libros secretos que en ella había, y que después de salir de la torre había cerrado de nuevo, estaba abierta de par en par y un rostro conocido se asomaba por ella.
- Ja, ja, ja, ja -se rió Esdaleon sin poderlo evitar-, ¿se puede saber cómo has llegado hasta ahí?
- Pues fácil -contestó el inquilino del piso superior de la torre-, la puerta estaba abierta, afuera hacía calor, dentro se estaba fresquito y entré a echarme una siesta. Y ahora al abrir la ventana, para airear la estancia, os encuentro justo ahí debajo.
- ¡No me lo puedo creer! -exclamó Gwirdyon-, yo creía que estabas en Bree acabando con la reserva de cervezas de Mantecona.
- De vuelta desde Rivendel hacia Bree, pasé por la posada abandonada, pero los barriles de cerveza seguían intactos, para suerte mía, ja, ja, ja, ja y allí sí que acabé con toda la reserva que quedaba... -el anciano se tambaleó tanto que a punto estuvo de caer por la ventana- pero no os preocupéis, que cumplí con mi deber, je, je, y luego, como la cerveza del Poney Pisador ya la conocía, me acerqué hasta la Perca Dorada y... sí, amigos, en verdad tiene fama de ser la mejor de la cuaderna del Este, mucho mejor que la de la posada de Delagua...
- ¿Es que también probaste esa cerveza? -preguntó Esdaleon asombrado.
- Ja, ja, ja, y no sólo probé la cerveza, sino también la hierba para pipa y alguna que otra de las bondades de ciertas hobbitinas, ja, ja, ja, ja -contestó el anciano.
- ¡Baja aquí ahora mismo, Walo! -le ordenó Esdaleon-, ¡maldito viejo borracho mujeriego! ¡Te voy a dar una paliza! Nosotros preocupados por tí, y mientras tú vivías a cuerpo de rey... Cuando te agarre vas a volver a perder la memoria... pero del golpe que te voy a dar...
- Ja, ja, ja, ja -fue la respuesta de Walo hacia Esdaleon. En ese momento una voz conocida se dejó oír tras el semielfo guerrero.
- ¿No creéis que este no es momento para andar de juerga por estos alrededores? El gran Concilio va a comenzar, estúpidos moradores de esta tierra... -Magnus no pudo terminar de decir su frase, pues Esdaleon ya había desenvainado su espada y en un rápido movimiento le había encajado una patada en el pecho que había empujado hacia atrás a Magnus. La enorme altura del istar negro era una desventaja para Esdaleon, que también era muy alto y fuerte, pero no tanto como Magnus, lo cual le provocó un retroceso también a él y a punto estuvo de perder el equilibrio y caer al suelo al volver a colocar los dos pies en tierra firme. Gwirdyon se había alejado como por un resorte y esperaba a un lado, preparada para salir en defensa de su amigo, pero manteniéndose al margen, pues sabía que ese era un asunto pendiente entre los dos desde hacía ya tiempo.
Walo, disimuladamente, había vuelto las hojas de la ventana y se había escondido en su interior, donde se estaba atrincherando con los libros más grandes y pesados que había encontrado con la intención de tirárselos a la cabeza al ofensor de su buen amigo.
Magnus se irguió tras recuperarse del dolor del golpe infligido por Esdaleon, y se deshizo de su capa para tener mayor libertad de movimiento. Esdaleon hizo lo mismo y dejó al descubierto una camiseta oscura ajustada que dejaba entrever su musculado tórax. Los dos estaban preparados, aquello era algo más que una simple cuestión de honor.
_________________ "Caminé por las laderas pantanosas de Moscagua y no sufrí percance alguno, mas un día sin tu presencia puede marchitar mi frágil armadura interior"
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