Aspecto:
Pelo largo y rizado de un extraño color marrón. Ojos decididos de color verde oscuro como el más profundo bosque. No soy demasiado alta, pero si ágil y ligera.
Historia:
Realmente no se con certeza qué edad tengo; fui encontrada hace casi 30 años por los supervivientes a los ataques de Lórien.. mis padres debieron morir en ellos, o al menos ninguno regresó. Ya de joven me acogió como hija un anciano guerrero que me enseñó todo lo que sé, sobre todo el arte de la batalla y supervivencia que tan útil me ha resultado.
Al cabo de pocos años los Eldar comenzaron su exilio de la Tierra Media; entre ellos mi anciano maestro partía y despidiéndose de mí con sabios consejos, me regaló su arco y un hermoso colgante desde entonces siempre llevo conmigo.
En los primeros meses de su ausencia me replantee muchas cosas, y decidí viajar para aliviar mi soledad y aumentar mis conocimientos.
Así pues en uno de mis viajes me ocurrió algo que cambio mi vida.
Caminaba desde las Landas de Etten siguiendo el cauce del Fontegrís hacia el Último Puente. Me dirigía a Bree para hospedarme en la posada de Mantecona, pero anocheció antes de lo que me esperaba, y tuve que dormir al raso, cerca del Bosque de los Trolls.
Hoy en día ni se me ocurriría hacer algo tan temerario, pero entonces no tenia idea del sitio en el que me encontraba, ni del peligro que corría allí… así que me quedé profundamente dormida.
Al abrir los ojos, unos cinco trolls me rodeaban. Grité. Todo ocurrió muy rápido. Se mostraron sorprendidos, tiempo precioso que utilicé para desenfundar una pequeña daga que llevaba encima, pero rápidamente se abalanzaron sobré mí.
En el mismo instante en el que ya me creía muerta aparecieron ellos.
Al principio parecían efímeros espectros entre la niebla, sombras difuminadas en la penumbra… pero estaban allí y se iban acercando al grupo de trolls que ya me había acorralado.
Y en el momento idóneo atacaron. Rápidos y silenciosos como la propia muerte, dieron fin a los trolls antes incluso de que supieran qué les atacaba.
Ya con más calma se presentaron, ¿para qué mencionar aquí sus nombres? Sus rostros, curtidos con la penurias del viaje errante, mostraban solo a aquéllos que supieran verlo la sabiduría y el temple que poseían. Eran Montaraces.
Ya al alba, emprendí mi camino con ellos. Tal cómo iban hablando yo meditaba lo que desde la noche me rondaba la cabeza, y caí en la cuenta que aunque nadie comprendiera hasta qué punto eran grandes héroes y no los vagabundos que la gente creía, yo los admiraba.
Así pues decidí unirme a los Montaraces y llevar una apasionante vida nómada, junto con los mejores guerreros que conozco, siempre mejorando y aprendiendo de su peculiar forma de vida.
Habilidades:
Atiborrarme con un buen vino élfico, contar buenas historias a la luz de una hoguera. Escuchar los susurros de los árboles.
Rastrear, espiar y atacar casi a cualquier criatura con el sigilo propio de los Silvanos.
Sé utilizar el arco con asombrosa precisión, y aunque no soy tan experta también se defenderme con dagas, lanzas y espadas.
Tengo algunos conocimientos básicos de curación, herbología y sé domar algunos animales.
Armas:
Una daga pequeña, siempre oculta.
Un arco élfico con su carcaj.
Una espada corta de los antiguos Dúnedain que encontré en el transcurso de mis viajes.
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